España es uno de los diez países de la UE con mayor tasa de divorcio. Por tanto, no es raro que una pareja se separe, pero hemos de tener en cuenta que el proceso de separación siempre es complejo y doloroso. La fase previa a la ruptura se describe como insostenible, hasta que la única solución que consideran los cónyuges es el distanciamiento. La etapa posterior está compuesta por multitud de cambios económicos, sociales, familiares y personales, caracterizándola como la más estresante del proceso.
Una dificultad y preocupación añadida es cómo les puede afectar esta situación a los hijos. Para los pequeños, la estructura familiar ofrece soporte y seguridad, su ruptura puede amenazar a la estabilidad del menor que dependen del comportamiento de los adultos.
Son muchos los pequeños que admiten que la separación ha sido la mejor solución para la familia, aunque en un primer momento estuviesen en contra de ella. Y es que, salir de nuestra zona de confort es algo que a todos nos parece difícil, por ello, es normal que tras la separación se presenten ciertos niveles de ansiedad en todo el conjunto familiar. Es importante saber qué tipo de conductas se deben evitar para minimizar las posibles secuelas en los pequeños.
Hay una serie de variables relacionadas con los sentimientos de ansiedad que pueden emerger en los hijos: sentimiento de responsabilidad por la ruptura, conflicto de lealtades, preocupación por el rechazo de los padres, miedo al abandono y miedo a la posibilidad de no ser querido.
El nivel de conflicto y la relación que mantienen los padres es una de las variables que más influyen en el nivel de ansiedad de los pequeños. Con esto, podemos afirmar que la ansiedad sufrida en los menores puede minimizarse si la relación entre los progenitores es adecuada.
Por tanto, para evitar que los niños sufran las consecuencias ansiógenas de una separación, hemos de tener en cuenta una serie de consideraciones:
– Organización y equilibrio. Tenemos que mantener en la medida de lo posible las rutinas de los niños, lo que les ofrecerá seguridad en su día a día; intentar anticipar los posibles cambios que se produzcan y ofrecerles todas las soluciones posibles.
– Evitar que la propia hostilidad de los padres se traslade a los hijos. La ruptura es un proceso difícil, pero no hemos de olvidar que son problemas de los adultos y hemos de mantener a los menores al margen. En ocasiones, se presiona al pequeño para que sea consciente de los defectos de uno de sus progenitores. Olvidamos que, para los niños, siempre va a existir un vínculo con su padre o su madre.
– Si el adulto está atravesando una etapa depresiva, debemos evitar hacer partícipe al menor de esto, ya que incrementará su preocupación por no estar a su alcance la ayuda que le gustaría prestar.
– Que la implicación de ambos progenitores en la vida de los menores sea constante y equitativa, les proporcionará seguridad.
– Insistir en que la responsabilidad es solo y exclusivamente de los adultos, incidiendo en la nula culpabilidad de los menores.
– Asegurarle tanto con palabras como con acciones, que el amor hacia ellos va a mantenerse intacto.
– Escuchar las emociones de los pequeños. Aunque intentemos no implicarlos en el proceso y mantener su día a día lo más inalterado posible, no olvidemos que también forman parte de él. Hemos de escuchar sus sentimientos y ofrecerle nuestra ayuda puesto que es normal que sientan miedo. En ocasiones esta emoción estará basada en la realidad, pero en otras no será más que un producto de su imaginación.
En conclusión, el proceso de ruptura es difícil, pero es importante que el nivel de conflicto entre los adultos sea mínimo para proteger la salud mental de los menores y que mantengan un adecuado ajuste psicológico.