El pasado 17 de diciembre se publicó en el suplemento de Salud del periódico La Nueva España un artículo sobre memoria y emociones en el que participó Ana María Rodríguez Fernández. Aquí os dejamos sus aportaciones para el artículo.
¿Por qué recordamos algunos hechos del pasado mejor que otros?
Aunque a priori el hecho de olvidar algunas e incluso muchas cosas podría parecernos un problema esto no es para nada así. No funcionamos como una grabadora que reproduce exactamente lo que ha registrado, sino que reconstruimos e incluso construimos nuestros recuerdos. Tanto es así que aquellas personas (son casos extremadamente raros) que efectivamente recuerdan sin esfuerzo y de forma inmediata cualquier aspecto de su vida con un detalle fotográfico similar a una grabación, se considera que tienen un trastorno denominada Hipertimesia. Es decir, esto es lo que sí es un problema.
Solo recordamos aquello que de alguna manera fue significativo para nosotros. Por lo que nuestra identidad está llena de recuerdos elegidos por nuestra memoria selectiva. La memoria es selectiva porque va ligada a nuestras emociones. Así, recordamos algunos acontecimientos y otros no porque nuestro cerebro tiende a rechazar lo innecesario y a quedarse con lo que de verdad importa. Para que la información sea almacenada nuestro nivel de atención y percepción han de funcionar de forma óptima, si no la información no se almacenará correctamente. Y, como bien sabemos, no prestamos atención a todo. La repetición también es muy importante para que el recuerdo se consolide en nuestra memoria. Tampoco rememoramos todo lo que vivimos.
Algunos estudios señalan que el cerebro prioriza recuerdos gratificantes sobre otros recuerdos y los refuerzan mediante su repetición cuando estamos descansando. En aquello que nos resulta gratificante, por otro lado, solemos reparar y también rememorarlo y contarlo.
Los sucesos traumáticos también dejan una huella muy fuerte en la memoria, lo que en muchas ocasiones favorece la aparición de cuadros de estrés postraumático.
Se producen las huellas de memoria muy potentes sobre aquellos sucesos que, precisamente, menos nos gustaría recordar. La causa de este fenómeno tiene una explicación en el instinto de supervivencia. , con el fin de ahorrar unos segundos, o incluso unas milésimas de segundo que pueden suponer la diferencia entre vivir o no, el procesamiento del suceso va directamente a la amígdala para así dar un significado emocional urgente a las distintas situaciones para así emitir una respuesta con la mayor urgencia posible. Como consecuencia de este procesamiento emocional de urgencia y con el objetivo de prevenir amenazas similares en el futuro, la amígdala, crea una huella de memoria muy precisa que se activa de manera involuntaria ante los estímulos o circunstancias que hayan quedado asociadas en el momento del suceso traumático, apareciendo así los recuerdos, flashbacks o pesadillas acerca de la situación de forma involuntaria y provocando las mismas sensaciones emocionales y fisiológicas de alerta o ansiedad en momentos o circunstancias en los que no se está en peligro.
La sobreactivación de la amígdala influye sobre el hipocampo, encargado del aprendizaje y de dotar de un escenario y de un tiempo a los recuerdos. Cuando se produce una situación traumática, el hipocampo no puede registrar con normalidad lo que ocurre. De manera que se producen lagunas, escenas confusas. Entonces el cerebro trata de resolverlas, pone orden en los recuerdos y trata de conferirles un sentido, aunque para ello tenga que… inventar. Y es que no le gustan las incertidumbres.
Durante un acontecimiento traumático, la víctima suele centrarse en el hecho aterrador o traumático principal, los detalles centrales, que pueden permanecer vívidos en la memoria, sobre ellos suele haber recuerdos recurrentes. Es posible que otros detalles menos importantes, llamados detalles periféricos, no se retengan tan bien. Pueden no estar tan bien codificados de modo que puede ser muy difícil y a veces imposible recordar la información con precisión años después.
En ocasiones nuestra memoria selectiva nos ayuda a reducir lo que en psicología conocemos como disonancia cognitiva. Este fenómeno se da cuando mantenemos opiniones, actitudes o creencias contrarias o cuándo éstas no son consonantes con nuestro comportamiento, esto nos produce emociones negativas y para aliviar éstas la memoria descarta una de las dos opiniones, creencias o actitudes para que no exista conflicto. Otra vez recordamos mejor unas cosas y no otras.
¿Qué papel tienen las emociones en el recuerdo?
La memoria y la emoción son procesos íntimamente relacionados; todas las etapas del recuerdo, desde la codificación de información hasta su recuperación a largo plazo, son mediatizadas por factores de tipo emocional. Esta influencia es bidireccional, de modo que los recuerdos provocan con frecuencia la aparición de emociones.
Lo que hace que recordemos mejor o peor un suceso no es tanto su relevancia en la historia personal como la intensidad de las emociones que experimentamos cuando ese momento tuvo lugar.
En general se habla de dos factores emocionales que afectan al recuerdo: el grado de activación y la valencia de la emoción. La activación emocional asociada a un estímulo o situación hace que la atención se centre en éste, de forma que se recordará mejor en el futuro, sobre todo si nuestro estado emocional es similar al del contexto de aprendizaje.
Sin embargo, las emociones intensas también pueden interferir en otros tipos de memoria, concretamente la procedimental y la operativa o memoria de trabajo. Esto afecta a la consolidación de los recuerdos y se relaciona con la atención; por ejemplo, las experiencias disociativas que se producen bajo estrés intenso dificultan la consolidación de información.
En el marco de la psicología de las emociones, la palabra “valencia” se usa para designar la cualidad positiva o negativa. En general los recuerdos asociados a emociones agradables se recuerdan mejor y con más detalles que los negativos
Un fenómeno relacionado con la valencia emocional es el de la dependencia de estado, propuesto por Bower. La dependencia de estado consiste en que recordamos con más facilidad eventos emocionalmente positivos si estamos alegres y más experiencias negativas si nos sentimos tristes.
El neurocientífico Noam Goldway estudia la relación entre las emociones y nuestros recuerdos. Señala que las emociones se encuentran en un cruce de caminos en el que hay mucho tráfico de diversos procesos cerebrales, e influyen sobre éstos sin que nosotros seamos conscientes de ello. Uno de los procesos más afectados es el de nuestra memoria. “Cada recuerdo es, en realidad, un registro de la experiencia vivida. En la primera fase recordaremos la vivencia tal como la hemos experimentado. Y cada uno la experimenta de manera diferente y eso marcará en gran medida el recuerdo. Cada uno traemos a la situación todos nuestros recuerdos, y esto ‘dictará’ por qué seremos más emotivos. El pasado, de alguna manera, siempre nos dicta el presente. Por ejemplo, tú eres más sensible a determinadas cosas porque tienes tu propia historia. Y eso dictará también qué es lo que captarás en cada situación.” Este proceso, según Goldway, corresponde a la fase de “la codificación”, pero la emoción también influye en el proceso de recuperación y cada vez que el recuerdo “sale” tiene colores un poco distintos Cada vez que se ‘saca’ un recuerdo, éste atraviesa una suerte de reactivación, revive. Cuando nosotros ‘sacamos’ un recuerdo, éste necesariamente cambia: se ve influido por lo que sucedió mientras lo ‘sacábamos”
¿Por qué nos acordamos de cosas de repente?
El recuerdo espontáneo o memoria espontánea, tampoco se libra de las emociones, ya que parece que este tipo de recuerdos residen en la mismas neuronas que registran los recuerdos más importantes de una persona. Un estudio llevado a cabo en la Universidad de Pensilvania y publicado en la revista Science, señala que cuando nos acordamos de algo espontáneamente podría ser debido a que hay neuronas que sirven tanto de “almacén” de los recuerdos del pasado más intensos como de productoras del recuerdo espontáneo de esos hechos.