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¿Para qué sirve preocuparse?

Nos imaginamos por un momento como sería un día en el que fuera facilísimo conciliar el sueño, concentrarnos en nuestras tareas sin nada que nos perturbe. Inimaginable casi, ¿verdad? Diariamente nos atormentan las preocupaciones.

La función de las preocupaciones es afrontar, planificar o solventar un problema. Cuando existe una dificultad, visualizamos las diferentes formas de afrontamiento, valoramos los pros y contras de cada una de ella y a través de una economía de ganancias elegimos la solución con menor coste, así pondremos fin a nuestro malestar. Por tanto, es positivo preocuparse ya que nos ayuda a enfrentar el problema y a solucionarlo.

 

¿Cuándo la preocupación deja de ser funcional? Se convertirá en problemática cuando no termine su curso, no lleguemos a la solución pese a nuestra perseverancia de continuar dando vueltas al problema en cuestión. Esto parece una obviedad, pero si nos ponemos a pensar cuantas preocupaciones nos crean malestar sin que la solución esté en nuestra mano nos impresionaríamos. Esto sucede:

  • cuando no depende de nosotros su control ni la solución.
  • cuando no está basada en problemas reales
  • cuando la probabilidad de ocurrencia es baja

Si se da una de estas tres situaciones y nosotros continuamos preocupándonos es cuando surge sintomatología ansiosa, incertidumbre, pensamientos distorsionados, falta de concentración, problemas sueño y malestar psicológico general. En este caso, la premisa frente a la que actuaría nuestro cerebro sería la siguiente: aunque no pueda hacer nada, al menos me preocupo. Justificando así la preocupación.

Con todo esto vemos que la preocupación puede pasar de ser adaptativa a ser contraproducente. Para poder fin a esto, debemos categorizar nuestros problemas y preocuparnos por los que sean reales y solucionables. Además, también es útil establecer un tiempo corto para preocuparnos a lo largo del día, fuera de este continuaremos con nuestras tareas cotidianas y concentrados en ellas, sin permitir espacio a las preocupaciones.

Vamos a hacer un ejercicio:

Si mi preocupación es sobre una entrevista de trabajo, ¿depende de mi control? ¿es un problema real? La respuesta en este caso es “sí”. Efectivamente, es una preocupación en la que el control y la solución está en uno mismo, pero ¡ojo! No todo, ya que la parte de preparación sí depende de nosotros, pero la de “clasificación” no. Por esto, debemos ser muy conscientes de hasta donde llegan nuestras competencias respecto a las preocupaciones.

Por tanto, es adecuado preocuparse por cosas que puedan tener solución y que dependan de nuestro control. Para aquellos problemas que no la tengan, conviene realizar un ejercicio de aceptación de la realidad; una observación y comprensión de lo que ocurre, independientemente si me gusta o no. De esta forma, podré abandonar la queja y enfocarme en la acción para mejorar ese aspecto. El negar la realidad, nos hace no ser conscientes de lo que sucede eliminando cualquier posibilidad de cambio y resignándonos a la situación.

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