Gracias a la globalización y la creciente demanda de la salud mental, los términos psicológicos cada vez son más conocidos y utilizados por la población general. Entre estas etiquetas se encuentra la palabra trauma que, coloquialmente, suele ser utilizada para referirnos a algún suceso o situación que nos ha generado un gran malestar en el pasado. Sin embargo, la generalización y malinterpretación de este concepto favorece la patologización de experiencias naturales y comunes, además de ensombrecer y vulgarizar los eventos significantes que sí provocan la aparición de síntomas de Trastorno de Estrés Postraumático, generando una mayor confusión respecto a esta problemática.
Por ello, es importante conocer y diferenciar los síntomas que dan lugar a un Trastorno de Estrés Postraumático. Sus desencadenantes pueden ser variados como por ejemplo la exposición a la muerte, lesiones graves o cualquier tipo de violencia que pudiese suponer una amenaza importante para la propia integridad física y psicológica tanto de uno mismo, como de un ser querido. Sin embargo, este trastorno también puede desarrollarse por la exposición repetida o extrema a eventos altamente desagradables, como ocurre en algunas profesiones de riesgo (como es en el caso de socorristas, médicos, militares, bomberos o policías).
Existen numerosas causas que lo pueden provocar como: la violencia, el abuso físico, mental o sexual, casos extremos de abandono, acoso, accidentes graves y desastres naturales.
La mayoría de las personas que han sufrido una situación altamente aversiva no llegan a padecer estrés postraumático, por lo que la gravedad o aparición de los síntomas depende no solo del evento que lo desencadena, sino también de cómo cada persona experimenta o afronta la situación. Es decir, un evento no es de por sí traumático, sino que la reacción a una situación difícil e inusual, depende mucho de la sensibilidad de la persona afectada, de sus recursos de afrontamiento y de su percepción subjetiva de la situación pudiendo desarrollarse a largo plazo un Trastorno de Estrés Postraumático o no.
La experiencia de una situación amenazante puede generar:
- Imágenes recurrentes del acontecimiento traumático y sensación de revivir el suceso traumático en el presente.
- Estado de alerta constante con la aparición de dificultades para conciliar el sueño, hipervigilancia, irritabilidad, dificultades de concentración, entre otros.
- Evitación de estímulos que puedan asociarse con la experiencia traumática.
- Estado de ánimo bajo, depresión y dificultades para expresar emociones positivas.
Estos síntomas son completamente normales ante la vivencia de una situación altamente amenazadora pudiendo durar hasta 1 mes (lo que se conoce como trastorno de estrés agudo). El problema radica cuando estos síntomas se cronifican en el tiempo prolongándose más allá, aunque puede haber casos donde la expresión de estos síntomas se retarda meses o incluso años de la vivencia del evento traumático.
Frecuentemente, este tipo de trastorno suele ir acompañado de otros síntomas pertenecientes a otros trastornos mentales como el consumo de sustancia, trastornos de conducta, la depresión, la ansiedad o el trastorno bipolar. No obstante, será necesario realizar un adecuado diagnóstico diferencial para determinar concretamente la causa y elaborar un plan de tratamiento efectivo.
Es importante tener en cuenta que, únicamente hablaremos de trastorno cuando estos síntomas ocasionen interferencias con otras áreas de la vida social, laboral, personal y/o familiar provocando un empeoramiento en la funcionalidad del día a día.
Dentro de la literatura científica, se ha determinado como la presencia de trastornos o adversidades durante la infancia, así como la falta de apoyo social pueden suponer un factor de riesgo clave para el desarrollo de un Trastorno de Estrés Postraumático, especialmente en las mujeres. Asimismo, la Terapia Cognitivo-Conductual parece haberse establecido como el tratamiento psicológico que más eficacia y evidencia científica para intervenir en este trastorno.
