Gritos, lloros, patadas, berrinches, tirar o romper cosas, tirarse al suelo… ¿Quién no sabe a lo que nos estamos refiriendo? A las rabietas. Todos somos capaces de reconocer perfectamente estas conductas, pero ¿a qué se deben?
Las rabietas tienen su comienzo hacia los 12 meses, aunque alcanzan su máximo desarrollo entre los 2 y 3 años. Y posteriormente comienzan a disminuir su frecuencia e intensidad. Algunos niños son más propensos que otros a tenerlas, como por ejemplo aquellos que de bebés era difícil calmar su llanto.
Las rabietas son comportamientos naturales y evolutivos, pero en ocasiones a los padres y madres les provocan un desgaste emocional y físico ya que son demasiado intensos y descontrolados. Normalmente, aparecen cuando el niño/a se siente insatisfecho/a por el deseo o la necesidad, sienten frustración e ira y no saben expresarlo aún con palabras debido a su corta edad e inmadurez emocional.
Según la psicóloga suiza infantil Aletha Jauch Solter, especializada en apego, traumas y disciplina sin castigo, las rabietas son provocadas en la mayoría de las ocasiones por tres situaciones:
- Cubrir una necesidad básica: Ya sea hambre, sed, sueño que no podemos satisfacer en el momento.
- Desinformación del entorno: El menor se encuentra extraño ante una situación de la que tiene poca información.
- Expresión emocional: Necesita descargar tensiones, miedos o frustraciones presentes o pasadas. Muchas veces los niños “aprovechan” cualquier mínimo detalle para entrar en una rabieta. Puede ser que estén enfadados o angustiados por cualquier otra cosa y la situación actual sólo sirva de detonante, la aprovechen para aliviar su malestar emocional.
¿Cómo prevenirlas?
Sobre todo, lo más importante es que nosotros, como adultos no nos dejemos llevar por la situación y mantengamos siempre la calma. En nuestro día a día donde estamos sumergidos en el estrés y en las dinámicas habituales, en ocasiones es difícil que habiendo rabietas recurrentes e intensas no nos saquen de nuestras casillas. Pero como adultos, maduros y capaces de gestionar nuestras emociones es muy importante que nos mantengamos tranquilos para poder gestionar adecuadamente la situación ayudando así a que las rabietas se produzcan con la menor frecuencia e intensidad posibles.
Otra estrategia adecuada es que debemos adelantarnos a la rabieta, es decir, conocer las situaciones que las desencadenan e intentar modificar la respuesta. Realmente, ¿en cuántas ocasiones nos ha pillado de improviso una rabieta? Si nos ponemos a pensar muchas de ellas sabíamos que iban a ocurrir. Para adelantarnos a ellas y evitarlas, podemos informar al niño de lo que va a suceder posteriormente. Por ejemplo, si vamos al parque le decimos que vamos a estar un ratito, pero que luego tendremos que volver a casa. Una vez en el parque le iremos avisando de que pronto nos marcharemos. También es conveniente informarle de las alternativas posibles al parque, como que al llegar a casa podremos hacer una actividad agradable para él/ella. Si en lugar de hacer esto, cuando el niño/a está jugando en el parque le decimos que tenemos que irnos a casa ahora mismo sin que se lo espere, es normal que se frustre y llore.
Es muy importante la forma en la que nos comunicamos y dirigimos a él/ella. Debemos intentar no ordenarle, sino pedirle de forma asertiva lo que deseemos.
Cuando vayamos a darle una respuesta negativa ante una petición, intentaremos ofrecerle una alternativa que sí podrá realizar. Ejemplo: “¿podemos quedarnos más en el parque? No, pero al llegar a casa podemos hacer una careta o jugar al “veo veo”. ¿Qué te gustaría?”
Algo que también nos es de gran ayuda es empatizar con él/ella. Volviendo a nuestro ejemplo del parque, decirle que entendemos que se lo está pasando muy bien y le gustaría quedarse, pero ya sabíamos que teníamos que marcharnos y ahora vamos a ir a casa donde podrá jugar a otra cosa. El refuerzo positivo debemos de tenerlo muy presente siempre y reforzar la conducta positiva del niño/a.
¿Y cómo actuar cuando estamos inmersos en una rabieta?
- Mantener la calma. Hemos de ser conscientes de que nosotros somos los adultos, por tanto, hemos de actuar como tal y mantener en todo momento la calma para controlar la situación.
- Información lo más corta y escueta Tipo: “No puedes comer más chocolate porque ya has comido la ración” o “cuando se termine la rabieta, escucharé lo que me quieres decir”.
- Aunque sea dificultoso, hemos de mantenernos firmes tanto en el momento de la rabieta como posteriormente, no ceder.
- Hemos de intentar que salga del bucle y poder conversar con frases tipo “por favor, así no te lo puedo explicar. Me encantaría que parases para poder hablar. Cuando no grites, yo te voy a escuchar”.
- Aquí, como en el apartado anterior, también nos podemos valer de añadir alternativas al “no”.
- Muchas veces, el hecho de cambiar simplemente de habitación si tenemos la oportunidad de hacerlo, hace que se olviden hasta del sentido de la rabieta.
- Y, por último, vamos a tener paciencia y a darles tiempo para que se calmen.
Para terminar, vamos a recordar que las rabietas no son eternas y que es muy importante que no nos dejemos llevar por ellas. También, que todos los miembros encargados de la educación sigamos las mismas pautas.